jueves, 29 de abril de 2010

Tito Nieves ‘entre familia’




El veterano intérprete Tito Nieves se prepara para complacer a su gran público una vez más, con su nuevo álbum "Entre familia", en el que pone de manifiesto su lado más personal.

Este retorno musical lo realiza con el respaldo de su nueva compañía disquera Zamora Music Group, y su fecha de lanzamiento ha sido anunciado para el martes 18 de mayo.

"Entre familia" ha sido definido por el artista como un merecido tributo a su tío, Miguel Ángel Amadeo, destacado compositor de varios éxitos de las carreras de El Gran Combo, Celia Cruz, Héctor Lavoe, entre muchas otras figuras de prestigio del género tropical, y fue quien tuvo a su cargo todas las letras de este nuevo material.

Los fans del "El Pavarotti de la Salsa", como es también llamado Nieves, ya se habían enamorado de hits suyos como "Fabricando fantasías", "I like it like that", "Sonámbulo" y "Ya no queda nada", pero el mismo cantante asegura que de la misma manera se encandilarán con esta nueva producción que lo muestra desde una perspectiva más fresca, íntima y renovado.

En la lista de BDS (Broadcast Data System) de Billboard, Nieves resultó ser el artista que mostró un mayor ascenso en la última semana por su más reciente éxito radial, "Tus promesas de amor", que se encuentra contenido en el álbum.

jueves, 22 de abril de 2010

Jíbaro vanguardista


Robi Draco Rosa subió al escenario del Coliseo de Puerto Rico, frente a unas 20.000 personas. La función quedaría consignada en un film documental, Draco al natural, cuyo propósito era retratar la crudeza del espectáculo, estridente y acústico, además del respectivo tras bambalinas. Allí se observa a un Draco con aspecto usual: un mulato ligeramente andrajoso, bien plantado y corpulento, con mejillas hundidas y profusa barba.

Frente al micrófono ostenta un rocanrol depurado –vocales roncas y desgarradas, muecas de trance abismal– que se cruza con la sabrosura inevitable de su condición boricua. Allí también alcanza niveles de música violenta y decadente que no excluye tintes más tersos: flamenco, balada y un after taste a pop. El concierto es una metáfora de su temperamento.

Después de todo, el lado más jugoso del músico, nacido en Nueva York y criado en Puerto Rico, es la mixtura. Un coctel poderoso de grunge con aires que pueden recordar a Joy Division, rock ‘espacial’, psicodelia, poesía maldita, filosofía alucinógena y beatnik, visos jazzísticos y sabrosura guajira. Todo lo cual se resume en un término que él mismo ha denominado ‘jíbaro vanguardista’.

Draco Rosa es ­­—como dijo a mediados de los noventa Rolling Stone—, mezcla de salsa con Zeppelin. Pero no siempre fue así. Los que conocen su historia saben que se trata de un ex Menudo que renunció cuando no lo dejaron escribir canciones propias para el grupo juvenil, y se fue a Brasil. Allí se convirtió en ‘Robi’, un agitado teeny bopper saltarín, melenudo y con un repertorio musical cursi. Luego, en 1988, pasaría a ser ‘Rico’, eje en la historia floja de la película Salsa, una lamentable versión criolla de Grease, donde lo más rescatable fueron las apariciones de titanes del género y haber conocido a Ángela Alvarado, su mujer hasta el sol de hoy y directora de muchos de sus videos.

El que se asome a ese lamentable pasado comprenderá, viéndolo ahora, que Draco es la prueba de que la esencia suele primar sobre las formas. Y que las máscaras antes adquiridas trazaron la senda para convertirse en uno de los únicos músicos latinoamericanos auténticamente indie, capaz de ser tanto de Puerto Rico como de Nueva York. Capaz también de ser desgarro y brío, desasosiego y exaltación. Sus letras están bañadas de angustia e imágenes bizarras, estados taciturnos y dulzones, bajones ásperos, soneos espontáneos.

De ‘Robi’ y ‘Rico’, pasó a ser ‘Ian Blake’ –aludiendo a uno de sus poetas favoritos, el inglés William Blake– el responsable detrás de algunos de los hits más notorios de su ex colega, Ricky Martin. Draco, que vive entre una hacienda, en Isabella, Puerto Rico y Los Ángeles, donde ancla su estudio de grabación y cuartel de operaciones, Phantom Vox, explica que escribir para otros brotó de una coyuntura muy específica: en ese entonces vivía en un apartamento de una sola habitación, con su mujer y su primer hijo.

Pero rebasar el universo indie en el que se sumergió a partir de los noventa le aseguró la capacidad material para canalizar proyectos como su celebrado disco de 2004, Mad Love. La historia: luego de grabar casi 60 canciones, cayó preso del escepticismo: nada parecía lo suficientemente bueno hasta que tomó un carro viejo, y en la carretera, bajo el influjo de Bitches brew, de Miles Davis, todo cobró sentido de nuevo. Los demonios, los fantasmas y los altibajos extremos son parte del discurso de Draco, no exento de clichés, pero sí auténtico debido a su lucidez lírica y consistencia musical.

Antes de eso, en 1996, vendrían estrofas de la siguiente naturaleza: “Lenguas de sol, beber a tragos el placer, sentir la boca del miedo, fui yo, arena y escorpión, en un mar de fuego, bajo el beso de la noche. Rodando por el mundo camino, camino, pregunto a la quimera el enigma del destino, nómada, loco, noctámbulo, soñador, un vagabundo”. Vagabundo era además el nombre del disco que en 1996 mereció ser considerado por la revista musical Spin como uno de los mejores discos de todos los tiempos de rock en español.

El disco denota también la lucha de Draco contra los abismos de las drogas y el peligro de la demencia melancólica. Un garbo que se observa también en sus presentaciones en vivo. Hoy, sin embargo, con diez producciones discográficas a cuestas, emerge con su nuevo disco, Amor vincit omnia (el amor todo lo vence), fruto de una fiebre reumática que lo asedió durante cuatro meses. La atmósfera para aquellas composiciones proviene de su hacienda, en la que Draco, además de vivir con su mujer y sus hijos, ha escogido la siembra de árboles y café.

De la poesía maldita y explosiva ha hecho un salto que lo arrima a ser realmente una especie de ‘jíbaro’. En Puerto Rico, esta figura remite al campesino que habita en las entrañas de la tierra y que puede ser también un trovador. La figura traspasó los confines del campo y se instaló en cantores como Héctor Lavoe y Daniel Santos. De muchas maneras, el presente de Draco tiene destellos de una canción del gran Maelo Rivera: “Yo dueño de mi jaragual me siento, cantándole mi canción al viento, un cacique patriarcal, viendo mi perro guardar, a mi tesoro y mi mujer, qué inmenso, qué inmenso ser el dueño de la finca y la mujer”.

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jueves, 15 de abril de 2010

La salsa dura invadió las calles de La Victoria y el Callao


Matute fue una caldera salsera. “Estás entre los bloques 62 y 63, en el corazón de los más de 360 edificios del barrio más duro de la salsa brava”, pregona Micky (Miguel Anderson, 22 años, con rapado corte de pelo —entre otros “cortes”— y un hijo de pocos meses llamado Bayron Santiago).

Hasta aquí llega la orquesta de salsa dura y pura Sabor y Control para iniciar sus flamantes intervenciones esquineras gratuitas, como se solía hacer en los inicios de un ritmo acunado en Nueva York.

El respeto gozador por el que quizá en el futuro sea un conjunto de culto es tal, que Antonio —un aspirante de 12 años a estar pronto cerca del bombo del Comando Sur— pinta un graffiti en una pared para marcarles el paso y el territorio.

“BARRIO BENDITO”
Las puertas plomizas y verdosas están todavía cerradas. Hasta que Bruno Macher —líder del grupo— se pone de pie delante de sus músicos nómades que arman sus equipos en la acera con pulso récord. Agradece el recibimiento: “Esta es la gente que me gusta a mí”, y anuncia un tema que suena “maldito”. El saxo alto que festina Iván Vilcachagua, el trombón afanador de Orlando Carbonero y los timbales bramantes de Constantino Álvarez detonan los oídos con su canción “Barrio bendito”. Y todas las ventanas se van abriendo como cajas fuertes… de cerveza.

La de Sabor y Control es una salsa montuna y montaraz de los gloriosos años 70, con influencias de Eddie Palmieri y Héctor Lavoe, que se ha ganado las mejores críticas de los conocedores.

Luego sigue el son “La calle”... y “ten cuidado… esa calle donde vives tú está sabrosa”, repiten todos el coro indoloro. Y Matute explota cuando continúa “El robo”, dedicado a los ex presidiarios reformados. El médico cirujano Raúl Mendiola llega con su traje de trabajo y un reloj dorado; y siente empatía con esta orquesta que ha grabado el disco “Cuchillo en los ojos” y que pregona que pronto pasará del género de la salsa salvaje a la salsa mortal. “La salsa dura nos identifica a todos, también a mucha gente profesional que hay aquí. Yo tengo mi consultorio a una cuadra”.

Bruno anuncia que tiene un pisco carbonero en una botella de Inca Kola y un gordito disfrazado con corbata de plástico, barba de hule y sombrero de cowboy se acerca impetuoso. El tema “Alta peligrosidad” es seguido por “ratas blancas” que caen de los edificios.

EN MIRAFLORES
Para bailar Bruno —del barrio miraflorino de La Mar— es un (sal)cero a la izquierda, pero su ímpetu es desbordante, sobre todo cuando siguen las canciones “Le van a disparar” y “El bravo”, y nos acontece ese sentimiento místico que sustenta la belleza callejera: Isela Morán saca a bailar a su novio y deleita al Dios de la esquina y a sus cuadrillas: sus caderas inician una peregrinación lenta, alevosa y delicada, que nos deja de rodillas; mientras le da vueltas también a un vaso con ondas de cerveza. Es tan precioso que Bruno va a “redimirles” pleitesía con su saxo.

La salsa marca la identidad barrial no solo de La Victoria sino también del Callao. Ambos barrios tienen referentes inmortales: en el “Llauca” siguen hablando de la visita de Héctor Lavoe en los años 70 y su cariño por el Boys; en “la rica Vicky” reivindican al gran Rubén Blades, que hace poco se puso la blanquiazul en el Monumental del archirrival.

LOS BRAVOS DEL CALLAO
Si en La Victoria todo fue a ras de piso, en el Parque Héroes del Cenepa, de Bellavista, hay un estrado. Eso le quita espontaneidad, pero no efusividad en la capital constitucional del Perú y de la salsa. Cristina Cock, de 52 años, los recibe como una salsera que pisó la cantina Bahamonde, “donde llegó la salsa al Perú de los barcos”.

Ella fue campeona de esos torneos de salsa en el Amauta de hace 25 años. “Me identifico con la canción “Triste y vacía” de Héctor Lavoe”, aduce y sazona sus hombros con el tema “El niche del callejón” de Sabor y Control. Mientras, la gente la vacila: “Ella fue la Reina de la Vendimia de 1920”.

Y lo que sigue es un desmadre que termina con los músicos en trance: Ahmed Alcántara —segunda voz, 28 años, y que hace dos pasó del rock a la salsa más firme— reafirma su corazón de acera. Julio Galarza —un genio de botella del bongó— grita: “La Victoria es el barrio de la espontaneidad más íntima y el Callao es un templo”. Y Bruno Macher se pone la camiseta del Boys como chullo y “sonea” cohesionado con un sentimiento sin ningún freno: “Barrio querido, barrio peligro, barrio del alma”.