Este Búho recibió una llamada el último domingo desde el Callao. “¡Búho, se salió el mar en el puerto! ¡La gente se volvió loca!”.
¡La verdad que me preocupé y llamé a algunas amistades en La Punta,
Bellavista, Santa Marina y hasta a mi amigo “Califa”, de Comunicaciones
de San Marcos, en el movido barrio de Chacaritas. Pero ellos me
devolvieron a una reconfortante realidad.
Sí se había salido el mar, pero por tanto sabor, tanto swing, tanta
sabrosura que se vivió en sus esquinas. Los salseros chalacos
demostraban una vez más cómo idolatran a su ídolo, el gran Héctor Lavoe. Ese domingo se conmemoraban 66 años de su nacimiento, en el pueblo de Machelo, en la ciudad de Ponce, Puerto Rico.
Los murales del gran Héctor, pintados en algunas
esquinas del puerto, sirvieron de escenografía perfecta para que se
improvisen bailongos con potentes equipos, donde la gente bailó, tomó y
lloró, conmemorando el nacimiento de “El cantante de los cantantes”. Qué
puede uno decir, que no se haya dicho del ídolo. Hasta una película de
Hollywood se estrenó en su nombre y sacudió las aguas de sus millones de
fanáticos. Pero no hay uno, sino varios Héctor Lavoe.
La película donde Marc Anthony interpretó a Héctor
solo presentó dos de aquellos lados. El primero, cuando el sonero
estaba, como diría el maestro Luis Delgado Aparicio, “Saravá”, “en el pináculo de la popularidad”
y era el cantante principal de la orquesta Fania, siendo no solo el
mejor, sino el más querido por el pueblo. Ni Celia Cruz, Ismael Miranda,
“Cheo” Feliciano o “Tito” Allen tenían su carisma y arrastre.
El otro lado fue el oscuro. Todo ese movimiento salsero emergía
paralelamente a la onda hippie que tuvo su cumbre en Woodstock, festival
que dejó su herencia de drogas.
Pero de los barrios latinos comenzó a distribuirse la cocaína. Los
músicos de la Fania no fueron la excepción. Todos vivieron terribles
excesos, no solo Lavoe. Lo confesó el mismo “Cheo” Feliciano, quien
asegura que de milagro está vivo y con voz. En esa película, se retratan
las orgías de Héctor con Willie Colón y Johnny Pacheco. Pero mientras ellos se retiraban a descansar, para poder tocar más tarde, Héctor la seguía y se iba de boleto.
Por eso le decían “El rey de la puntualidad”.
Preferían que llegue tarde a que nunca. Luego vino el deterioro. Pero a
mediados de los ochenta lo contrataron para hacer seis presentaciones en
la Feria del Hogar, en Lima. El empresario que lo trajo corría un
albur.
Este Búho tuvo el honor de conocerlo: El “Gordo” Hugo Abele, en ese
tiempo un joven empresario que había llegado de Miami. Una tarde de
1987, en un almuerzo por el cumpleaños del “bravo” Agustín Pérez Aldave,
con Óscar Malca y Eloy Jáuregui, un resacoso 25 de diciembre, encaramos
a Abele: “Gordo, cuéntanos cómo pudiste hacer que Héctor cantara seis
noches seguidas y saliera a las ocho en punto al escenario”.
Es un milagro que hasta hoy comentan en Nueva York y el propio Lavoe
confesó que esas apoteósicas presentaciones en Perú fueron uno de los
mejores momentos de su carrera y lo hicieron renacer. Abele nos contó
que lo alojó en su casa. Lo trató como a un bebé. No le prohibió nada de
nada, pero lo acompañó a todos lados, como su sombra.
“Se levantaba a tomar desayuno con nosotros y la empleada ya sabía
que tenía que darle su botella de ron. Ese era su desayuno”, recuerda.
Pero también hay un recuerdo terrible que Hugo me contó quince años
después, muerto ya el cantante: “Cuando llegué a la casa de Héctor en
Nueva York, un mes antes de su muerte, lo encontré en un colchón sucio”.
Dice que “La Voz” había defecado y nadie lo
limpiaba. Cuando murió, la enfermera lo halló en la misma situación.
Brilló como un sol y se apagó en la más tenebrosa penumbra, como la
letra de ese bolero que interpretaba con indescriptible sentimiento: “Sombras nada más….”. Apago el televisor..
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