martes, 15 de abril de 2008

Héctor Lavoe: "La Leyenda de un Guerrero"

Si Héctor Lavoe estuviera vivo seguramente estaría ahora mismo en Tokio enloqueciendo a los japoneses con el montuno de la Murga, o tal vez estaría en Viña del Mar cantando una divertida versión de "allá en el rancho grande" a dúo con el vocalista de Café Tacuba. Pero no, ya hace 14 años que se fue con su música a otra parte, hace 14 años que su voz dejó de sonear, dejó de cantar las alegrías y desventuras de esa república llamada el Caribe. Finalmente el 29 de junio de 1993 el guerrero sucumbió a tantas trompadas de la vida. Quiso el destino que Héctor prácticamente viviera su vida en la tarima, fuera de ella era una sombra oscura que deambulaba en busca de heroína. Y fue ella quien finalmente le dió la estocada final al superman boricua. En Héctor Lavoe sea quizás en quien más cobre vida la manida frase "mi vida es cantar".

Fuera de los clubes nocturnos de Nueva York el transcurrir de sus días era una lenta agonía de peleas con la Puchi (su mujer) y de pinchazos de heroína, un infierno que se hizo más agobiante desde el momento en que su hijo fue pulverizado de una bala en el pecho, de forma accidental pero certera.

A partir de ese momento el guerrero perdió sus fuerzas, y lo único que lo mantenía vivo era la certeza de poder cantar cada vez con menos ímpetu pero con más sabor, el sabor de los dolores de su alma.

La leyenda de Héctor había sido labrada a fuerza de canciones en la prodigiosa década de los 70 en donde había sido el cantante más importante de una década llena de cantantes importantes. Junto con Willie Colón se convertiría en esos años en un puntal de la música popular, se convertiría en el indiscutible sonero del barrio latino de Nueva York. En esa misma década conocería centros de rehabilitación y desintoxicación y pasaría no pocas temporadas extraviado en el infierno de las drogas. Pero en la medida en que su vida se iba convirtiendo en un vendaval de desenfreno y de excesos, su carrera como cantante crecía desproporcionadamente. Con lo cual llegada la década de los 80 Héctor Lavoe era, que duda cabía de ello, El Cantante de los Cantantes, La Voz de la Salsa. Sin embargo los 80 trajo consigo el merengue y con ello la decadencia de la salsa. Decadencia que puso en peligro muchas carreras exitosas, incluso la del propio Héctor, cuya vida era cada vez más autodestructiva. Pero su talento era tanto que no dejó de producir discos y de hacer presentaciones, a pesar de todos esos altibajos que traían como consecuencia que sus presentaciones fuesen cada vez más intermitentes.

En el año de 1986 un hecho reviviría los días de gloria del mítico sonero: es contratado para presentarse por primera y única vez en el Perú. Esto no había ocurrido antes, a pesar de que el pueblo peruano y en especial los chalacos (nombre que reciben los nacidos en el puerto del Callao) sentían por él una idolatría desmesurada. En agosto de ese año 86 Héctor realiza 6 presentaciones en la Feria del Hogar, y desde ese momento quedó sellado con sabrosura, el amor incondicional que desde siempre existía entre el sonero boricua y el pueblo peruano. Esto representa un nuevo aire para un alicaído Héctor, y para el pueblo chalaco el descubrimiento de su ídolo mayor. A la despedida de Héctor asistirán 120.000 personas, éste realizará un último concierto (no regresará más) para marcar su despedida definitiva del Perú pero quedará tatuado en el corazón de miles de peruanos. En el 87 y el 88 Héctor va a sufrir calamidades que finalmente lo llevarán años más tarde a la tumba. En ese tiempo la muerte de su padre, su suegra y, la más dolorosa, la de su hijo, lo sumen en un estado depresivo que lo lleva a lanzarse del 9no piso del hotel Regency en San Juan de Puerto Rico, caída de la cual logra sobrevivir, pero con un estado de salud tan precario que apenas puede caminar y hablar. Finalmente la factura de los excesos de Héctor llega con un saldo trágico: SIDA. Esto hace que los tormentos para el estelar cantante continúen. Refugiado únicamente en una terrible soledad. De vez en cuando aparece para balbucear algunas estrofas de sus canciones en uno que otro circo, montado por los empresarios vampiros que sólo se interesan por el dinero. De esta manera la vida de Héctor se va extinguiendo poco a poco hasta que finalmente el 29 de junio de 1993 muere como consecuencia de que el corazón, de donde salió tanto sentimiento y sabor, se detuviera para siempre.

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